De la Luna los lunes,
y de lunes, lunáticos.
Y que de este lunático
con quien me tope huyendo de un lunes,
en su andar avanzando estático, de noche lo alcanzo
la luna llena
y en esa claridad para el enceguecedora,
Tropezó de pronto y sin querer...
con la vida.
Que tonto loco lunático
que a esas horas de luna llena de un lunes
del que huyendo se encontró desprevenido a la vida...
y no la sobrevivió.
En qué lugar de la memoria habitas
música, poesía. Ausencia
de lo que alguna vez tuvimos.
Pero no era verdad. Ahora
es la música
quien te devuelve a esta página.
Poesía
La primera -y en realidad única vez que la vi- estaba sentada en la Plaza de Libertad de Prensa en Concha y Toro.
Era una mañana común, así como lo era mi cansancio, aquel que me llevó a pausar mi día en el instante en que la ví.
Tan fuera de lugar, tan poco cómoda. La expresión me era conocida, entre tanta paloma aquella mujer tenía un parecido, pero a qué, a quién. Y mi cabeza surcaba los pasadizos de la memoria buscando el símil encontrado, y de pronto... lo supe, ella era la mujer gaviota. Era un todo. Su rostro evocaba esa mezquindad a pesar de la vastedad del océano, la que en ese momento le mostraba a las palomas que la agobiaban, su pelo lunarizado con tramas blancas y negras, su nariz, estaba allí para recordar que no cabía duda alguna, y la simpleza de su mirada, esa simpleza sólo la reconoce quien ha hecho del mar su nido, de esa libertad su punto de partida, y esa inocencia que la edad no le ha quitado.
Aquella mujer en ese instante hizo que en ese mismo mes, volviera a mi océano anhelado.
Por cierto, en el momento que se dio cuenta de mi interés en su presencia, tomó sus alas y desapareció, sin complicaciones. He vuelto al lugar, nunca más la encontré. Aún pienso que todo sería más fácil si fuera también gaviota.
He aquí el poema.
No tengo qué decir. No queda nada
en el vacío tintero del poeta.
He aquí que soy la jaula:
una armazón de sangre y huesos
y arterias recorridas por palabras.
Y son lo que ellas quieren
decir desde que existen,
con más edad que yo
con mucho más
significado.
Me llevan este cuerpo
ausente de decires,
y soy lo que ellas mienten:
Todas estas historias
mezcladas a mi historia,
y yo que nada tengo que decir
escribo sin saber si existe quien escribe
o son voces extrañas
las que roban mi ser.
Qué odisea la vida
Que si la vida es sueño,
que si ser o no ser,
que si los molinos de viento
son gigantes al acecho del ataque
que si la vida... es vida.
A dónde me llevará este encierro
dónde acabaré tras la huella
de una sombra que no respira
de un andar que no ha sido trazado,
de un estigma que no carga
sino con la luz del poste que cruza mi ventana
pero no veo esta luz,
no alcanzo su trayectoria,
alguien me pone las gafas de sol
no entiendo, la luz no me encandila.
Sé que he cargado con sombras de otras vidas,
las acarreo, arrastro, me siguen, absorben,
traspaso sus fugas
limito su espacio,
esconden el mío,
sacuden mi existencia.
Y después de todo..
qué respiro?
Las he dejado entrar,
las añoré y hoy son mi amorío
enterré esas añoranzas al olvido
hoy han olvidado señalarme el camino.
Desgarrados memoriales
de confianzas rotas
de milagros oscuros
y estampas que marcan milímetro a milímetro
el correr de la sangre en mis venas,
que duelen, que hielan el alma
esta alma que aunque fría, arde,
mientras a la vida se acerca.
Vida que te me escapas
entre ahogos y encierros
vida que te vivo entre páginas vacías
de capítulos que no quieren escribirse
quiero contarte que aunque distante
te conozco
Apaga ese acelerando andar caminante
que para caminante no hay camino
que se hace camino al andar
y no es errado el esquivar la marcha
por recuperar en la nada el sendero
Ráfaga de terrorífica existencia
dime por qué rondas
mis desnivelados caminos,
por qué te empeñas en penetrar
mis recónditos agujeros
para perderte entre sus laberintos?
Por qué insistir
en alcanzar la luna llena
cuando en el intento
resbalas en su menguante
y mis brazos
no alcanzan a cobijarte?
Ya había promediado la redacción de esta nota cuando me llegó una invitación de la Universidad de Salamanca par asistir a un acto académico en el que el doctor José María Cerveró Santiago, catedrático de Física Teórica, disertaría precisamente en defensa de lo inútil. Esta coincidencia no lo es tanto porque también yo soy físico teórico y, como el colega salmantino, sé que algunos de los resultados más hermosos de la física, tales como la teoría de Einstein del campo gravitatorio y la teoría cuántica del campo electromagnético, son casi inútiles. O sea, no sirven, por ahora, "nada más" que para entender algunos aspectos de la realidad.
Hace poco, respondiendo a la inevitable pregunta de un estudiante, "¿para qué sirve eso?", le contesté: "Para nada. ¿No le parece admirable que haya gentes que se dan el lujo de preferir cosas hermosas e ideas profundas a artefactos ingeniosos pero, a la postre, superfluos o incluso dañinos, tales como los automóviles acorazados?"
Nuestros primos los monos antropoides no llevan joyas. Tampoco las llevaban nuestros antepasados remotos. Las primeras joyas datan de hace menos de 50 mil años. Las primeras pinturas rupestres, tales como las de Altamira y Lascaux, son aún más recientes. Las mujeres no empezaron a acicalarse sino hace unos pocos miles de años, especialmente en el antiguo Egipto. Los primeros museos de arte y jardines botánicos datan del Renacimiento tardío. Y los salones de belleza fueron inventados hace poco más de un siglo. La técnica precede al arte, como la utilidad a la belleza.
¿Para qué sirve saber que hay infinitos números primos, que las distancias entre las galaxias están aumentando, que los hombres de Neanderthal fueron reemplazados por los de Cromañón y que las cabezas de éstos eran mayores que las nuestras? Para nada. ¿Qué utilidad tiene una sinfonía de Beethoven, una pintura de Velázquez o un relato de García Márquez? La misma que las joyas, las ropas elegantes, los teoremas matemáticos o los hallazgos paleoantropológicos. O sea, ninguna.
No se busca la verdad ni la belleza por sí mismas a menos que se haya asegurado el sustento: Primum vivere, deinde philosophari. Pero no se es plenamente humano a menos que se aprecien la verdad y la belleza por sí mismas. O sea, a menos que se ame lo inútil que emociona o que hace pensar, sin esperar recompensa material alguna.
Sin embargo, la diferencia entre lo útil y lo inútil puede ser transitoria. Hace medio siglo, cuando Francis Crick y James Watson descubrieron el llamado código genético, supieron que con ello la biología molecular alcanzaba la mayoría de edad y que a partir de ese momento se desarrollaría con el vigor y la rapidez propias de una ciencia joven. Pero no sospecharon que pocas décadas después también nacería toda una industria fundada sobre esa ciencia, ni que uno de ellos, Watson, haría fuertes inversiones en dicha industria (Crick, en cambio, siguió ocupándose de temas inútiles, tales como el origen de la vida y la naturaleza de la psiquis).
Otro de mis ejemplos favoritos es el de Apolonio, el primero en describir las secciones cónicas: elipse, parábola e hipérbola. Estas curvas son hermosas pero no fueron utilizadas hasta el siglo XVII, cuando Galileo se sirvió de la parábola para describir la trayectoria de una bala, y Kepler usó la elipse para describir la órbita de un planeta. El efecto fotoeléctrico, descubierto hace poco más de un siglo, encantó a los físicos porque no depende críticamente de la intensidad luminosa sino de la frecuencia. Durante mucho no sirvió sino para despertar o satisfacer la curiosidad. Eventualmente, a un ingeniero se le ocurrió utilizarlo para abrir y cerrar circuitos eléctricos al paso de una persona. Desde entonces no hay ascensor, escalera mecánica ni máquina-herramienta sin célula fotoeléctrica. Además, la explicación del efecto le valió a Einstein la mitad de su Premio Nobel. Obtuvo la otra mitad por explicar el movimiento browniano como efecto de choques moleculares. Esta fue otra hazaña que no tuvo repercusiones prácticas sino muchos años después.
Ayer, un estudiante me anunció que alguien está pensando en privatizar la astronomía. ¡Qué gran idea! Si alguien comprara un observatorio astronómico iría pronto a la quiebra, con lo que mostraría al gran público que hay objetos sagrados fuera de los templos. Entre esos objetos figuran la ciencia básica, las humanidades y las artes. Estas tres vestales son sagradas porque son patrimonio de la humanidad y porque quien intenta sacar utilidad inmediata de ellas las ensucia y se ensucia.
Lo que pasó con el arte bajo los regímenes autoritarios es elocuente: fue estatizado y, con ello, corrompido. Por ejemplo, en la Unión Soviética la exigencia de atenerse a los preceptos del llamado realismo socialista, que es una versión del utilitarismo, limitó la imaginación de los escritores, artistas plásticos y músicos. Por cierto que siguió habiendo artistas originales, pero no gozaron de apoyo estatal y sus obras no se incorporaron al bien común.
En resumidas cuentas, no exijamos que todo lo que hagamos tenga una utilidad inmediata. Basta que sean buenas, basta que nos ayuden a gozar de la vida. Al fin y al cabo, la búsqueda y el goce de lo inútil distinguen al ser humano de sus parientes de otras especies. Por esto propongo este nuevo nombre para nuestra especie: Homo inutilis.
Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta de Adán.
El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe de tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
Si todas las máquinas fuesen aniquiladas en un instante, de tal modo que no le quedase al hombre ni un cuchillo, ni una palanca, ni un harapo de sus vestidos, nada en absoluto más que su cuerpo desnudo, tal como llegó a este mundo; si toda su ciencia de las leyes mecáncias; si todos los alimentos hechos por procedimientos mecánicos fuesen destruidos, de modo que la raza humana quedase como desnuda en una isla desierta: entonces desaparecerían en seis semanas. Unos pocos individuos quizá prolongarán algo su miserable existencia; pero hasta ésos, al cabo de un par de años, habríanse convertido en algo peor que monos. El alma misma del hombre se debe a las máquinas, está hecha a máquina. Piensa lo que piensa, siente lo que siente, merced a los cambios que las máquinas han operado en él, y la existencia de aquéllas es un sine qua non para la suya, lo mismo que depende de su vida la de ellas. Este hecho nos impide proponer la aniquilación completa de toda maquinaria, mas indica ciertamente que deberíamos destruir todas aquellas máquinas a que nos fuera posible renunciar, para evitar que nos dominen aún más tiránicamente.
No, seguro que no,
yo no tendría la fuerza
para escribir sobre el secante del cuerpo,
arrancarme esa última gota,
no, no de esperanza, sino de conformidad,
este falso encanto de seguir viviendo
con los ojos somnolientos
y esta tierra cáustica sobre las mejillas.
Pasan los años y en el recuerdo
de las nuevas cosas vistas,
leo en el acopio de otros ojos
la tibia incertidumbre
de mis propios recuerdos,
opaco y empaño sin saber
lo que en vano recupero
Mientras me hundo en los pasos de la atestada alameda,
observo en un perro que hay caminos más errantes,
como el de aquel perro, que desesperado corre
llevando en su hozico
una botella de agua cerrada,
mientras arrastra la lengua en la calle
bordeando la deshidratación,
asustando a quien quiera acercarse,
evitando que alguien pueda abrir la botella
Si Rivera Letelier me hubiese acompañado en esta odisea interior, la hubiera visto exteriorizada como yo me vi hace años en Los trenes se van al Purgatorio: en el Longitudinal del Norte.Y es que la marea de arena que acompañó mi sendero hizo imperativo reconocerme en el reflejo de la ventada de aquel bus que tenía por insignia "Expreso del Norte", en el cual el avance no era su característica ni por cerca más veraz.
De pronto, en algún momento entre aquel paso de Chile a Bolivia, me sumergí en mi propio Purgatorio, transitando en mi propia traición, sirviéndome de escena en escena aquello que repito en mi vida y que me impide continuar mi rumbo, desierto tras desierto y salar tras salar, me topé con nombres comunes y disfraces comunes que en medio de la Nada han recreado el andamiaje de mi soledad perdida y reencontrada, permitiéndome volver...
Aparentemente voy perdida,
aparentemente prefiero observar las luciérnagas
a absorver la luz del día.
Aparentemente te extraño,
aparentemente te siento,
y es que entre tanta apariencia... me pierdo
y prefiero el exilio en tus tentaciones
las que tu presencia me supone,
que de tu existencia me atrae
y me aleja de aquellos,
mis estados aparentes
Pedro Aznar
Música del Japón. Avaramente
De la clepsidra se desprenden gotas
De lenta miel o de invisible oro
Que en el tiempo repiten una trama
Eterna y frágil, misteriosa y clara.
Temo que cada una sea la última.
Son un ayer que vuelve. ¿De qué templo,
De qué leve jardín en la montaña,
De qué vigilias ante un mar que ignoro,
De qué pudor de la melancolía,
De qué perdida y rescatada tarde,
Llegan a mí, su porvenir remoto?
No lo sabré. No importa. En esa música
Yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro.
jueves, 18 de marzo de 2010
Este silencioso veneno... eres tú
aquel que recorre estos surcos sanguíneos
y los llena de engaños
el que fluye otorgando letanías
mientras tardía espera el desenlace
la agridulce inesperada despedida
En la inmensidad de las olas no navegadas
mas empolvadas de tantos caminos que la transitan,
en la pampa,
por fin vuelvo al reencuentro
de aquello tan anhelado
esa maldita soledad que tanto persigo,
y en ello no logro enfundar el sentimiento,
la satisfacción que en ella encontraba.
Alzo los ojos, ese estrellado firmamento lo confirma,
es la apuesta de na mano que aún no ha sido jugada.
Prosigo,
y en eso me doy cuenta
que en el momento que pensé
ya no quedaban lágrimas en estas oscuras fauces,
entre tinieblas veo
que lo que imprime el lápiz
hace ya líneas dejó de ser tinta.
¿Por qué mi tan autoanunciado camino
cambia su destino sin consulta previa?
¿y qué sentido tiene el rumbo fijado
jugando a la ruleta rusa
comandada por un niño
al que no se le acaban nunca las monedas?
Y así, gracias a aquel niño
me encontré ayer entre paredes
y hoy entre la inmensidad verdosa
pensando en cuán acompañada por la soledad
tu recuerdo me concurre,
pensando cóo encontrar a Sherlock
y pedirle que me ayude a investigar
en qué momento te llevaste mi complitud,
dejándome partida
y conociendo por fin
que tú eres mi quimera,
el sendero que no florece mas se marchita a mi paso,
el cielo que no sabe de luceros
mientras no quites las nubes
y me acompañes
a saltar de constelación en constelación.
Me siento entre espinos
caigo en nubes que me figuran escenas pasadas,
y aquellas sombras que desdoblan
lo torcido de estos árboles oscurecen mi pensamiento... y miento
Entretanto, los caballos y las ovejas pastan...
hasta ellos tienen permitido ir de a dos.
Los pájaros se ríen de mi terrenidad al alejarse,
y aún así los quiero seguir,
quizás me podrían acercar a ti.
Lo intento, tanto como esos rayos de sol se cuelan
en medio de otro espeso mar que tampoco se navega
mas bien se asemeja a ovejas colgadas
amontonadas como nosotros en un corral.
Mas tus pensamientos me rehúyen,
juegan a las escondidas,
pero espero, y quizás se reencuentren
como una vez en ese sueño,
y en la danza onírica
bailen al mismo compás
serpenteando al tiempo,
burlando el espacio
y trascendamos de las murallas
que seguimos construyendo
para frenar lo inevitable.
Espero
sentada en la baranda del escurridizo camino del tiempo
me encuentra el silencio
me desaparece el aroma de aquel espacio no habitado
que dejaste a la deriva
me atrapa el miedo a aquellas oscuras barcas
que traspasan mi estigma
mientras cae la tarde
las cenizas de aquel fuego me visten de viuda
y las flores de esta tumba se secan a mi alrededor.
En tanto.. lágrimas oxidadas caen de dolor
dejan una marca perenne
envolviéndome entre ramas espinosas
enraizadas en la acera de lo que fue un rosal
te espero hasta el rocío matutino
para arrancarte la humedad de vida
y no morir en el cansancio de tanta espera
Esencia troncal
firmeza de raíz
ligereza en ramas firmes
extendidas, erguidas al viento
alardeando su compás
pasivo pero perpetuo:
"tú viento me sacudes,
mas yo de aquí no me muevo,
mas crezco,
mas persisto,
permanezco...
aún"
Viento arbol tierra
viento que me dibujas
tierra que me acaricias
espesa me limitas
me requieres
tu ósculo sacude mi quintaesencia
de savia oculta
y brota semilla que riega
tu frontera, tierra
Sendero tras sendero
sigo las huellas de tu sombra
en el jardín de sueños
que inundado por las perpetuas
jugarretas del tiempo
requiere de riego
para el retorno de la marcha
a la milla más cercana
la distancia más lejana
Me gusta escuchar
el silencio en medio
del murmullo de los trenes
y la multitud en el metro
¿Será porque en medio de todo
lo único que percibo
es aquel tímido latido
de tu corazón en mi oído?
¿ese rumor carraspeado
e irregularmente agitado
que derrite mis sentidos?
Mi monólogo eres tú,
tu mirada..
y el reflejo de mis ojos en los tuyos
que acumulan y llevan las curvas
donde se pasea la frondosa cordillera,
en la carretera,
que a la vez que separa
une fronteras.
Mi sonrisa es también tuya,
y el tímido latir de tu ojo
cuando mis labios resisten decir
aquello que tampoco escribo,
ese... es mío
Antonio Palomero, 1911
No, no culpéis a la mujer primera
porque sació con ansia su apetito,
ni al padre, Adán que de manjar bendito
gustó con su agradable compañera.
La culpa es del manjar, que entonces era
más incitante por estar maldito...
¡Si el gozar del amor es un delito
yo también, siendo Adán, lo cometiera!
Es eterna la sed de los placeres;
no se apaga el volcán de las pasiones,
y ayer lo mismo que hoy y hoy que mañana,
para el amor son Evas las mujeres
y Adanes entusiastas los varones...
¡Todos vamos en pos de la manzana!
y construye su estancia donde no es bienvenido