UHCE dicta la entrada... Unidad Hospitalaria de Corta Estadía, pero aunque relegado a comer el pasto del jardín, aún se mastica el antiguo designio: Hospital Psiquiátrico.
Al entrar, la fragilidad de la cordura aparece desde lo externo. En el pasillo, en la espera, la curiosidad atrae lo inesperado, la mirada me transporta hacia una escalera que se encuentra a mi derecha, subo, sigo subiendo, y de pronto choco contra el cielo raso, una escalera que no llega a su destino, instalada en aquella entrada, me despierta a una realidad de encierro que comienza con el sonido de las llaves al cerrar la puerta.
Las palabras de M. Foucaul de "higiene pública", resuenan en mi mente cuando luego de tres sesiones en las que trabajo con un paciente adolescente lleno de disposición, tengo acceso a su ficha clínica. El discurso pisquiátrico y el criterio de peligrosidad cobran su cuerpo en este paciente que podría ser catalogado como insensato, sólo que hoy lo instalan en un Trastorno Conductual". El juzgado lo ha enviado por su propia protección según dicen, pero bajo su propio testimonio, Samuel ha querido ser internado para que le devuelvan a su mamá su hermano de cuatro años, ya que ha abusado de él. La petición implícita es el aislamiento de quien es considerado inclusive por los propios funcionarios de la Unidad como un peligro para la sociedad. Pero tiene derecho a rehabilitación, por tanto deben aprovechar lo necesario para su tratamiento, durmiendo el cuerpo del criminal, no por el crimen, sino por su peligrosidad, Haldol, Modicate, Meleril, Clorpromazina, Spirol, neurolépticos que han sido el centro del pasar de este adolescente por esta unidad, bajo la sentencia del discurso médico, sin más interención que el cambio de medicamento o de dosis de los mismos.
En el único espacio en el que el paciente es, donde surge como subjetividad distinta de los demás pacientes, en su dormitorio -que por cierto también es compartido- lo encuentras, collages que mantienen la imagen de aquello que lo sostiene, pero en un rincón le recuerdan, tú eres un insensato, por eso estás aquí, y la función se ejerce con una terapéutica implementada conductualmente , con tareas en las que el paciente debe mantener los límites corporales con los demás, respetarlos. Pero a mi regreso en una cuarta sesión ya no encuentro a mi paciente, sólo yace un cuerpo inerme en la cama, aquello, sólo un cuerpo que no responde, un habla que apenas construye palabras, sólo para responder ante mi sorpresa de no ver su mundo entre las paredes, al ver los vestigios rasgados de su subjetividad, que una enfermera de mierda le había sacado sus recortes, pero en un rincón algo quedaba, este recuerdo que lo califica de peligroso, un insensato que debe ser anulado, escondido, que debe ser alejado de la sociedad.
Pero volvemos, y en esta ocasión Samuel ya no es capaz de abrir los ojos, lo intenta, pero sus párpados le pesan demasiado. El peso del discurso médico en este cruce entre el loco y el criminal, entre el pensamiento y lo jurídico, caen con demasiada fuerza sobre este cuerpo. Aquel que con alegría llegaba a ofrecer su ayuda para armar el taller aunque no nos conocía, quien no se quedaba quieto ni un segundo... ahora permanecía lejano, mas bien alejado. Aquel que con estos ojos lo ve no lo reconoce, la higiene pública cumple su tarea, esconde la sinrazón, la anula.
Ya alejados cronológicamente de la época clásica, sus ecos aún se esconden en los rincones de los nuevos asilos, donde las herramientas cambian porque las tecnologías cambian, lo que antes fue amenaza de bomba atómica hoy amenaza con ántrax, pero la terapéutica y las razones del poder discursivo que lo subyacen, permanecen, la dialéctica del poder se mantiene, la trama social nos envuelve, nos invade, nos anula.
Hoy las barras de hierro y las esposas de los asilos se trasladan, se incorporan al cuerpo del loco, del insensato. Las incursiones son hacia este cuerpo sufriente, en el que las barras se disfrazan por un discurso humanizante que penetra hasta el control mismo de este cuerpo, coartando los movimientos y excitaciones con barras algo más delgadas, ¿cómo las llaman? creo que jeringas, creo que no abrazan el cuerpo, ahora lo invaden, lo pueblan, y creo que lo llaman con nombre y etiquetas complicadas, sí, lo llaman medicamento como la Clorpromazina, y tienen como propósito la anulación de este peligro para la sociedad, de un tratamiento para el criminal, el insensato, porque están en su derecho, ¿nuestro derecho?
Pamela Hernández V.
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